lunes, 15 de junio de 2015

¿EL TEMPLE Y CUENCA?: HIPÓTESIS ANTE LA DUDA




¿EL TEMPLE Y CUENCA?: HIPÓTESIS ANTE LA DUDA
                                                                                                              Por Miguel Romero Saiz
                                              
                                                                              Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia
Cronista Oficial de la ciudad de Cuenca


                Para Piles Ibars sería templaria la guarnición del convento con que el rey aragonés Alfonso I, el Batallador, fortificó la villa de Monreal del Campo en su denodada lucha contra los árabes (Anales de Aragón).
                Sin embargo, no se menciona expresamente el Temple en este pasaje de 1122, sino que hacen referencia a la Orden del Santo Sepulcro. En su capítulo XLV se lee: "Y el emperador Alfonso I con haber hecho mucha deliberación con el vizconde Gastón de Bearne y con los otros principales súbditos y confederados y con los ricos hombres de su reino, propuso establecer a imitación de la Orden y milicia del Santo Sepulcro otra tal, con esperanza que mediante ella se sojuzgaría la morisma de España y se abriría más ancho camino para emplearse los caballeros españoles en la empresa del Santo Sepulcro. Con esto mandó poblar aquel lugar y ordenó que se llamase Monreal del Campo, en la cual esta nueva milicia, dedicada al servicio y aumento de nuestra fe, tuviese principal morada y convento, señalando que tendría ciertas rentas para su abastecimiento de muchos lugares principales que aún estaban en poder de los moros que era sus tributarios adonde llevaban la mitad de las rentas: y estos lugares eran Segorbe, Buñol, Cuenca y Molina."
                Tal vez, sea éste el primer momento en que Cuenca aparece mencionada en una misiva en la que la Orden del Santo Sepulcro tiene expresión. Pero, fuese o no aquel fuerte monraelense de la Orden del Temple en su primera aparición en España, concretamente en Aragón, lo cierto es que no aparecen donaciones a esta Orden antes de 1128, pues los documentos más antiguos serán los de octubre de 1131 con el testamento del rey Alfonso I y luego en 1141 respecto al primer prior de Calatrava.
            Presencia en Cuenca de la Orden del Temple.
                Cuando la Orden del Temple hace su primera presencia en Cuenca, con la presión de los ejércitos castellanos, atravesaba ya una época de desarrollo; en efecto, cuando el gonfalón de barras rosas transversales ondeaba ante la albufera que protegía la ciudad de Cuenca, habían transcurrido -en tierras de Cruzadas-, desde su intervención en Antioquía, el sitio de Damasco y la toma de Ascalón, hasta la encarnizada defensa de Gaza; y, en la Península Ibérica, desde la colaboración con las tropas del conde Ramón Berenguer III y Alfonso I de Aragón, pasando por el abandono del fuerte de Calatrava, hasta su extensión en el reino de Portugal, y su colaboración con el rey de Castilla en la Extremadura castellana. Habían transcurrido, por tanto, un importantísimo periodo de vida del Temple.
                Por tanto, desde la ruta jacobea el Temple pareció expandirse por la mitad norte peninsular, por el este con Alfonso I de Aragón como gran iniciador; así, la progresión templaria fue rápida por el reino aragonés y se extendería más por el reino de León que por el castellano, facilitado por sus características feudales. Alfonso VIII no les tenía un alto aprecio al considerarlos más afines a sus rivales, y eso les hizo mantenerlos al principio, distanciados de sus propósitos de reconquista. Así, el fuerte núcleo templario originado por el rey aragonés se establecería al sur del Maestrazgo, juntamente al lado del señorío de Molina, desde donde debieron partir los primeros templarios que decidirían unirse a la expedición reconquistadora de Alfonso VIII hacia la Cuenca de 1177.
                Esto sucedería ante la propuesta dada por el castellano cuando "hizo llamamiento de sus gentes y confederados, entre los cuales vino el rey de Aragón, a cumplir con las obligaciones que tenían de ayudar aquellos reyes a los de Castilla en las ocasiones de guerra, y con un lúcido ejército, mayor en valor que en número, salió de Toledo acompañado de caballeros de las Órdenes de Santiago, Calatrava y del Temple."
¿Por qué los Templarios recibieron peor trato en el reparto de posesiones después de la toma de la ciudad de Cuenca?
                El rey Alfonso VIII siempre dudó de la fidelidad de los templarios. Volcados al reino aragonés desde su entrada y formación en la Península, nunca apreciarían las conquistas castellanas como parte de su ejercicio, sobre todo, porque el sistema de presura, donación y vinculación en las propiedades repobladoras que aplicaba Castilla no se ajustaban demasiado al proceso que ellos, en Aragón, mantenían. Después de que Alfonso VIII hubiera conquistado muchas plazas fuertes del territorio conquense y de ver que en ningún caso, ellos como templarios habían recibido portazgo alguno -según los documentos conquenses de años inmediatos a la conquista de Cuenca- relativos a Alarcón, Alconchel, Cañete, Cuenca, Moya, Paracuellos, Valera, etc., y sin embargo, sí habían recibido por parte del rey castellano, el cabildo catedralicio de la Catedral de Cuenca recién constituido y los Concejos nuevos de las Tierras conquenses, empezaron a sentirse heridos en su orgullo y a desvincularse de este Tierra. Estaba claro que la política alfonsina castellana optaba con decisión por encargar las "presuras a aquellas Órdenes Militares que, contando con efectivos suficientes, sirvieran, sobre todo, a los objetivos de poblamiento y de afirmación del dominio castellano", y en ese caso, la Orden del Temple no se contemplaba.
                Recordemos que Alfonso VII le había encargado a la Orden del Temple la defensa de Calatrava y que, éstos, no habían sido capaces de defender ese lugar y su territorio frente al ataque almohade, al abandonar la posición en 1157. Esta decisión influiría, sin duda, en la opinión que iba a tener respecto de ellos, el propio monarca Alfonso VIII, posteriormente, ya que la conservación de Calatrava podría haber supuesto el mantenimiento de un eje de contacto por el Norte con sus fratres de Aragón y Extremadura castellana, y por el sur, con la fortaleza de Caravaca donde tenían el centro de la Orden.
                El episodio de Calatrava debió resultar clave para la evolución del Temple y, difícil de corregir; en el año 1212 con la trascendental batalla de las Navas de Tolosa contra los almohades, y a pesar de su gran contribución al lado de las tropas del rey castellano, quedaban casi apartados en el reparto de tierras y posesiones. La Orden de Calatrava, gran beneficiaria, seguida de la Orden de Santiago, incluso la de San Juan y Alcántara, serían los que obtendrían suculentos beneficios desde el principio de las conquistas alfonsinas. Recordemos que los calatravos fueron el brazo derecho del rey Alfonso VIII, incluso antes de la gran batalla de las Navas, pues en 1191 y 1192 estuvieron siempre al lado del rey en su enfrentamiento directo con el almohade Abu Yacub cuando éste quería conquistar Toledo e incluso en la derrota de Alarcos donde la propia orden perdería a su Gran Maestre. Eran sus "fratibus Salveterre" como él bien les llamaba. Incluso, la propia Orden santiaguista se apresuró a ocupar posiciones por el valle del Júcar y el Campo de Montiel, zona más vinculada a la posible influencia templaria, dejando a la Orden del Temple, prácticamente, sin poder de reacción.
                Alfonso no les dispensaba una especial predilección a pesar de haber recibido su ayuda cuando la solicitó. Dudó siempre por entender que era una orden muy vinculada a Aragón y a León, y mucho menos a Castilla. El elemento templario representaba siempre un inconveniente para Alfonso VIII, deseoso de expandir la lengua castellana hacia el sur y hacia el centro -entonces en pugna con otros dialectos, en especial el leonés tan de uso del Temple-, cuyo avance acabaría con borrar incluso los dialectos mozárabe y catalán.
            ¿En Cuenca, un Temple invertebrado?
                Sin embargo, la ayuda prestada en la toma de la ciudad, en aquel año de 1177, condicionó al rey Alfonso VIII a compensar su participación valiente. Sin embargo, aquí, por las peculiaridades que presentaba esta zona, más agrícola y ganadera, que patrimonial en fortalezas y monasterios, hizo que el Temple tuviera que adaptar su peculiaridad en las posesiones obligándole a adoptar un carácter más rural que urbano. Las tierras que recibiría al lado de la albufera o albuhayra y en la zona occidental lindante al Júcar, lugares de poca defensa natural, demuestra a la par este cambiante concepto de posesión al que se verían obligados. En la provincia, las posesiones de Huete, Priego y Mazarulleque, también ocuparían ese carácter más agrario que patrimonial, aunque aquí el objetivo militar pudiera estar más relevante.
                Los vestigios de la Orden del Temple en Cuenca ciudad se basan, sobre todo, en la tradición escrita. Los textos fundamentales que hacen referencia a esta orden proceden de fray Francisco de Gonzaga, de Martín Rizo y del archivo de la casa Girón. Al primero le pertenece el dato en el que habla sobre que "el rey castellano hizo edificar en los suburbios de la ciudad una iglesia para los templarios", incluso después, afirma él mismo que "en 1313 su iglesia y casa contigua vinieron a pertenecer a los templarios.", pero no hay documento que lo reconfirme. Martín Rizo informa que "el rey salió de Toledo acompañado de caballeros templarios y se les concedería una Casa o Convento en los burgos de la ciudad de Cuenca, que luego por los años de 1313 se les daría, tal convento y casa, a los religiosos conventuales de san Francisco y que consta por memorias y documentos de archivos, que más tarde el rey Sancho IV haría merced de una hacienda que tenían los templarios, en la llamada la Grillera, a Hernán Gómez Chirino."
                Esta última afirmación tiene bastante más visos de realidad porque González Palencia en sus investigaciones, escribe que Alonso Chirino, dará cuenta de una escritura de venta -perteneciente al Archivo de la Casa Girón- en la que informa que el rey Sancho IV hizo merced a la familia de los Chirinos de parte de la hacienda de los templarios, que era término de la Grillera, documento que reafirma el de Martín Rizo anterior.
                * Concretamente, hablando del doctor Eugenio Torralba, preso por la Inquisición de Cuenca en el año 1528 y juzgado en 1531, así como del médico del rey Juan II, D. Alonso Chirino y  su hijo Mosén Diego de Valera, aparecen unas posesiones pertenecientes a la familia de los Valera que antes habían sido de los Templarios. En el testamento de Alonso Chirino, en el año 1429, ordena él mismo que “...sepulten el de mi cuerpo en la mia sepultura, en el monasterio de San Francisco de Cuenca.” (M.C.A. González Palencia. Cuenca, 1990, pág. 182 Juan Alonsus Cherinos, canónigo de Cuenca.). Este monasterio hasta la extinción de la Orden en 1313 había pertenecido a los Templarios. Más tarde, el 15 de junio de 1479, su hijo Mosén Diego de Valera, otorgó escritura de venta de la Heredad “la Grillera”, del término de Cuenca, al regidor Alfonso de Alcalá. Esta propiedad, situada aguas abajo del Júcar, también había pertenecido al Temple y fue cedida por Sancho IV a Hernán Pérez Chirino. (H. De la A. En E. J. G. Fonte. E. Nacional. Madrid 1976, pp 85 y 86. “El Tratado de la Lepra” se encuentra en los códices siguientes: Madrid B. N. Ms. 6599 fols. 127 v-140r. Ms de la biblioteca particular de don Antonio Rodríguez-Moñino, Fol.. CVIII y CXXII r.)
Es muy interesante todo lo referido a esta heredad de la Grillera, pues debía de ser importante como hacienda en Cuenca, ya que su posesión y renta generó siempre mucho interés por las personas ilustres y poderosas de la ciudad.  López Barrientos, obispo que fue alcalde de Cuenca en época de Álvaro de Luna, ordenó quebrantar la compra y posesión de la heredad por Cédula de 23 de septiembre de 1478 por enojo de Valera contra él. (Colección de documentos conquenses. Biblioteca Diocesana conquense. Angel González Palencia. Cuenca 1930. p. 176.)
El citado Diego Valera  adquirió esta propiedad por compra a doña Guisabel López Montoya, el 26 de marzo de 1455 por 18.000 maravedíes de plata.

                Siempre se aceptó, que el campamento templario durante el asedio a la ciudad de Cuenca en 1177, estuvo establecido bordeando la albuhayra, en esa represa de las aguas del Huécar, lugar difícil de poder atacar la ciudad pero un poco más accesible que la parte septentrional donde estaba el foso. Por tanto, queda claro que los templarios ayudaron a Alfonso VIII a conquistar la ciudad; y quedará claro también que recibirían por su ayuda una serie de propiedades que, sin duda, serían las citadas en esos dos lugares: La Casa y convento que luego tomarían los franciscanos en la parte baja de la ciudad (campo de San Francisco y Cruz del Humilladero) y la Grillera como predio agrícola para la obtención de sus necesidades y que luego pasaría a la familia de los Chirinos.
                Entonces ¿qué decir de esa iglesia -restos- de la que figura como San Pantaleón y en algún escrito de autores, antigua iglesia de San Juan de Letrán? ¿Qué tiene qué ver con los templarios?
                Aquí está la consabida extensión del vulgo en ese deseo de confundir o de encontrar contubernios morbosos de una Orden, la del Temple, que siempre corrió en páginas de esoterismo y misterio. Y lo digo, porque lo único que puede mantener cierta huella respecto a su posible origen y vinculación con el Temple, pudiera ser ese ruinoso capitel que aún se mantiene en portada y que representa a la figura del arcángel San Miguel, tan abundante en la simbología templaria.
                La dualidad de San Miguel y el Temple es algo común en el cartulario templario, pues la del arcángel es una advocación frecuente en su hagiografía. Renovando el mensaje agustiniano, el caballero templario se considera defensor elegido de la Ciudad de Dios, en la que el arcángel es el primer guardián del conocimiento que emana del "árbol del bien y del mal". De aquí, que el 29 de septiembre sea una de las cuatro fechas principales de su calendario. Acometedor y más que victorioso, invencible, el arcángel san Miguel es el arquetipo del guerrero templario.
                Pero todo se confunde cuando hablamos de que estas ruinas fueron una iglesia llamada de San Juan de Letrán, cuando esa advocación -símbolo de la unidad de la iglesia- aparecerá aquí bastante ajena a los contornos históricos de la ciudad de Cuenca y su historia. Tal vez, pudiera referirse a ese cuarto concilio celebrado en Letrán en el 1215 por Inocencio III; por tanto, no podría haber sido la primera iglesia levantada en Cuenca según algunos historiadores. Por otra parte, el Temple no tiene implicaciones lateranenses en España derivadas del objeto de dicho concilio, en cuanto a la lucha contra el milenarismo, catarismo o apocaliptismo; más que teológico, el Temple se muestra siempre pragmático, incluso en su exclusivo campo esotérico.
                Si a todo esto añadimos que hubo una iglesia con la advocación a San Juan dentro de los muros de la ciudad antigua de Cuenca y que ésta estaría al lado de su puerta con el mismo nombre, no es común, en la misma ciudad, la existencia de dos iglesias con el mismo patrón, hecho que hace pensar que arruinada a la primitiva de San Juan pasase el nombre a este de la calle de San Pedro, por tanto de origen relativamente moderno -según reafirma el padre Gonzaga-.
                Pues bien, vamos poco a poco, descartando detalles o posibles implicaciones templarias en algunas manifestaciones del vulgo más que investigación de historiadores. Cierto debe de ser que esta orden tuviera una iglesia en el casco urbano de la ciudad, una vez tomada a los árabes, pero no es fácil encontrar cuál podría ser, ya que unos hablan de Casa y otros de Convento; pero todos dicen que sería la Orden de San Francisco quien heredará esas propiedades. Todo esto nos llevaría al Campo de San Francisco.
                Sin embargo, común sería que la primera iglesia construida por el Temple estuviera dentro del casco urbano con la intención de seguir la utilidad defensiva; y es probable que si no estuviera cerca de la catedral pudiera estar en la zona donde ahora se encuentra la iglesia de San Miguel, patronazgo como sabemos vinculado a la simbología templaria. Recordemos que el arcángel san Miguel es una figura sincrética de los crístico, lo mahometano y lo salomónico, por ello, compartir iglesia con barrio de judíos y moros, también puede tener el sentido de lo posible. Difícil extraer una conclusión acertada sin la documentación pertinente, basándonos solamente en suposiciones y comentarios de algunos historiadores que, sin el necesario rigor científico, lanzan afirmaciones.
                En la provincia, Huete, será posiblemente el lugar donde más huella templaria podría encontrarse, teniendo en cuenta la advocación a San Miguel y la iglesia de San Gil, que según el cronista local Amor Calzas fue fundada en el 1206 por caballeros templarios; igual sucede en Mazarulleque cuando Fermín Caballero hace alusión al santuario de Altomira que primero fuera fundado por templarios y después carmelitas descalzos en el año 1530. En la zona de la Transierra oriental de la Alcarria, colindante con la diócesis de Sigüenza, se halla Priego donde se levanta el convento de San Miguel de las Victorias, en una alto cuando se inicia la gran Hoz de su río Escabas. Este convento fue fundado por el sexto conde de Priego, Fernando Carrillo de Mendoza, cuando llegó de su periplo en la batalla de Lepanto y en honor al triunfo de aquella batalla, así levantara esta advocación. Pero el testimonio de fray Pedro de la Magdalena en el año 1597 es que, " por tradición de los antiguos moradores de esta villa de Priego, se sabe, y los presentes lo afirman, que una ermita antigua del señor san Miguel, que está situada y metida en el interior del monte, que llaman de la Hoz, al pie de la más alta peña de él, hubo en tiempos un convento de religiosos militares que llamaban templarios, cuyo nombre, casa y religión feneció en un mismo día y tiempo, como las crónicas antiguas de España lo cuentan largamente."
                En la Sierra conquense, tenemos vestigios en localidades diferentes. En la ermita de Altarejos, término de Campillos Sierra y donde se hace romería todos los años concurriendo varios pueblos de toda la Sierra, se sabe que sobre un pequeño templete, posiblemente templario, se levantó la ermita en la roca para honrar a esta virgen que se apareciese a un pastor de Valdemoro de la Sierra. En Cañete, está documentado que, un judío de cierto renombre llamado Jusef Fabón anduvo entre Moya y -Cañete, donde poseía importantes heredades y propiedades. Así el 3 de julio de 1222 vendió a Rodrigo González de Santa Gadea, Maestre del Temple, sus casas y heredades que poseía en Cañete por 300 maravedíes alfonsíes.
                En Moya, también podría haber cierta duda, al analizar esa cruz trinitaria que está en la bóveda del techo de la iglesia de Santa María, que unos aducen a la Merced y los mercedarios como congregación religiosa, que otros se reafirman como de los padres trinitarios que allí tendrían convento -en referencia al monasterio de Tejeda en la localidad de Garaballa- y que otros, los menos, quieren vincular a la Orden del Temple, en base a esa ayuda que estos caballeros prestarían en la toma de la fortaleza y villa de Moya a los árabes, a finales del siglo XII.
                En Carrascosa del Campo y Arcas, señalados en algún caso por ciertos historiadores, como lugares vinculados al Temple, no se han hallado documentos ni rastros de la huella del Temple, ni siquiera en las Relaciones de Felipe II se hace referencia, salvo la cita de los castillos del Cerro de la Muela cerca de la laguna del Pulpón y su posible implicación al esoterismo y el misterio.

El reflejo de los Templarios en la Literatura (según Anabel Sáiz Ripoll)
Sin duda, los secretos en torno al Temple son los que han hecho de esta Orden algo atractivo y mágico y a la vez. Nos referimos a su peculiar arquitectura, a su simbología, a su alfabeto secreto, a sus ritos de iniciación, a los graffiti, a su fabuloso tesoro nunca encontrado  y a sus secretos mejor guardadas –llámense Santo Grial, el Arca de la Alianza, el Bafumet o el Betilo-. Son tantas las hipótesis que se han lanzado que entramos en el terreno de la leyenda y dejamos, en parte,  el de la historia.
                ¿Acaso los Templarios custodiaban el Arca de la Alianza en Tierra Santa? ¿Por eso tuvieron tanto poder?: “¡Así pues, era cierto que los templarios habían encontrado el Arca de la Alianza! Aquellos nueve caballeros que fundaron la Orden de Jerusalén lograron cumplir la misión encomendada por san Bernardo. Probablemente, un grupo numeroso de freires milites la escoltó en secreto muchos años atrás desde las caballerizas del templo de Salomón en Jerusalén hasta aquellas galerías subterráneas del Bierzo, permaneciendo desde entonces en aquel lugar ignoto” (“Iacobus”, de Matilde Asensi).
                ¿Fueron también los Templarios los custodios del Santo Grial? Recordemos que el Santo Grial es la Copa donde bebió Cristo durante la Última Cena y en la que que José de Arimatea recogió su sangre. Esto le permite a Nicholas Wilcox (quien esconde el nombre de Juan Eslava Galán) lanzar una hipótesis fantástica: en pleno S. XX se está clonando a Cristo para instaurar otro orden en la Iglesia (en “La sangre de Dios”).
                En cuanto a su alfabeto secreto es cierto que lo tenían, pero quizá era con fines comerciales, para proteger sus documentos de lectores indeseados. Pasando a los graffitti que se ven en el castillo de Chinon, donde estuvieron presos varios miembros de la orden, son otra parte apetecible del misterio templario.
                Si hablamos del Bafumet, ese rostro que, según las acusaciones, reverenciaban, en “El caballero templario Gunter de Amalfi”, de Franco Cuomo se habla largamente de este objeto: “Es algo maravilloso lo que estáis a punto de aprender. Es la materialización del sueño del amor universal en la gloria del Señor. Es la utopía realizable de la doctrina perfecta, del hombre cumplido, de la verdad definitiva”. Es más, hay quien afirma que en la imagen de San Saturio, el patrón se Soria, se encuentra el bafumet. En “La hermandad de la Sábana Santa”, de Julia Navarro, se apunta a que este rostro reverenciado no es otro que la reproducción de la Sábana Santa, del rostro de Cristo. Es más, en”El último Templario”, de Edward Burman se habla de esta reliquia como un objeto muy apetecido por la Iglesia y que estaba celosamente guardado por los Templarios.
                Y lo mismo pasa con el tesoro templario. Son muchas las especulaciones que se han hecho y la literatura echa a volar sus artes para ofrecernos respuestas muy apetecibles. En “Beltrán, un templario en el exilio”de William Watson, nos encontramos a un templario de Tierra Santa que custodia por mar lo que ha quedado del tesoro templario. En “La sombra del templario”, de Núria Masot, el tesoro responde a un secreto guardado y silenciado por la iglesia en torno a la verdadera identidad de Cristo. Lo mismo podemos decir de “El Código Da Vinci”, de Dan Brown, la obra de tanto éxito y la que, seguramente, ha hecho disparar el interés por los templarios. Aquí se destruyen muchas de las creencias adquiridas y se cuestiona el papel de la iglesia. Distinta es la explicación del “Tesoro de los Templarios”, de Hanny Alders.
                Otros hablan físicamente de este tesoro. “El anillo”, de Jorge Molist, nos sitúa en la Barcelona del S. XX, en la Iglesia de Santa Ana y nos sumerge en una peripecia bien trepidante. Lo mismo sucede con “Iacobus”, de Matilde Asensi, ambientado poco después de la muerte de Felipe IV, que relaciona el tesoro templario con el Camino de Santiago y da una serie de claves para localizarlo en el Bierzo.
                Algunos narradores se mueven más por caminos ideales, como “La elipse templaria”, de Abel Caballero que habla del Temple en Galicia y de la posibilidad, antes de su caída, de que se hubiese trasladado la capitalidad eclesiástica de Roma a Santiago. O en “El último templario” que se narra la hipotética construcción de una Nueva Jerusalén en Europa. O la posibilidad de que una mujer entrase en el Temple, “La última templaria”, de Wolfang Hohlbein. Bien es cierto que no tenían la menor relación con mujeres (salvo en algunas casos en que trabajaban para ellos) e, incluso, les estaba prohibido besar a su propia madre; pero ¿quién nos impide imaginar otra realidad?
                Los misterios también giran alrededor de las construcciones templarias (algunas octogonales, como la Vera Cruz de Segovia) y su capacidad por excavar escondites y por esconder sus joyas. Eso responde a la ocultación de sus tesoros a los no iniciados. También se apunta la relación estrecha de los Templarios con algunos grupos árabes, como la secta de los “assasins” como leemos en “El Caballero templario Gunter de Amalfi”.
                En estas novelas encontramos personajes históricos que realmente se relacionaron con ellos al lado de otros imaginarios.  “Corazón Templario”, de Enrique de Diego, se sitúa en el S. XII y nos habla de la derrota de Alarcos (1195) y cómo las órdenes militares de la Península y la del Temple luchan por frenar el avance almohade, lo que contrasta con la visión que hemos dado antes de Juan G. Atienza. En este libro, por ejemplo, se nos narra, el asalto y resistencia de Uclés, en manos de la Orden de Santiago. También, y pasando a otro tema, en algunos de los libros consultados, se habla de los cátaros que, en algún momento, tuvieron un punto de inflexión con los templarios. O de personajes como Saladino y Ricardo Corazón de León (“La rosa de Jericó”, de Francisco Martos), el rey de Francia, San Luis (presente en muchas novelas, una de las más interesantes “La boda de Leonor”, de Mireille Calmel, en la que los Templarios quedan bastante mal parados por su ambición), Felipe IV el hermoso, las intrigas en torno al papa Clemente V (“La elipse templaria” es un buen ejemplo) o los procesos inquisitoriales (“El último templario”) y las luchas de los templarios en Tierra Santa (“El anillo”) e, incluso, la relación de los Templarios con los otros grandes “banqueros”, los judíos (“La sombra del templario”, “Iacobus”). “El rey de hierro”, de Maurice Druon, recoge, con maestría, los momentos de la caída del Temple y reviste de dramatismo y solemnidad el emplazamiento del último maestre en la pira funeraria. Es, seguro, uno de los libros, que mejor relata ese momento trágico. También se alude a su vestuario muy llamativo (ya hemos hablado de su capa blanca), a sus costumbres frugales, a la característica cruz patada y al grito de guerra que empleaban, el “bausant”. En este término encontramos, por ejemplo, que acaso todo lo relacionado con el Temple tenga una explicación más lógica y coherente que la que a menudo nos obstinamos en lanzar. Leemos este fragmento del libro: “El mismo Bausant, en efecto, con aquel su nombre aparentemente hermético, no era en realidad más que la heroica vulgarización, en un francés un poco arcaico, del grito “vau cent”, esto es, valgo por ciento. Un grito que, por lo demás, en tres siglos de cruzada, no había sido desmentido muchas veces por los hechos. Caballeros y cronistas de origen italiano lo llamaban  en Valcento”. También nos interesa mucho “La sombra del templario” porque delante de cada capítulo reproduce un fragmento de la regla de los Templarios, de las preguntas que se formulaban a aquellos que querían ingresar en la misma.

 

 

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