¿EL TEMPLE Y CUENCA?: HIPÓTESIS ANTE LA DUDA
Por
Miguel Romero Saiz
Académico
correspondiente de la Real Academia de la Historia
Cronista Oficial de la ciudad de
Cuenca
Para
Piles Ibars sería templaria la guarnición del convento con que el rey aragonés
Alfonso I, el Batallador, fortificó la villa de Monreal del Campo en su
denodada lucha contra los árabes (Anales de Aragón).
Sin
embargo, no se menciona expresamente el Temple en este pasaje de 1122, sino que
hacen referencia a la Orden del Santo Sepulcro. En su capítulo XLV se lee:
"Y el emperador Alfonso I con haber hecho mucha deliberación con el
vizconde Gastón de Bearne y con los otros principales súbditos y confederados y
con los ricos hombres de su reino, propuso establecer a imitación de la Orden y
milicia del Santo Sepulcro otra tal, con esperanza que mediante ella se
sojuzgaría la morisma de España y se abriría más ancho camino para emplearse
los caballeros españoles en la empresa del Santo Sepulcro. Con esto mandó
poblar aquel lugar y ordenó que se llamase Monreal del Campo, en la cual esta
nueva milicia, dedicada al servicio y aumento de nuestra fe, tuviese principal
morada y convento, señalando que tendría ciertas rentas para su abastecimiento
de muchos lugares principales que aún estaban en poder de los moros que era sus
tributarios adonde llevaban la mitad de las rentas: y estos lugares eran
Segorbe, Buñol, Cuenca y Molina."
Tal
vez, sea éste el primer momento en que Cuenca aparece mencionada en una misiva
en la que la Orden del Santo Sepulcro tiene expresión. Pero, fuese o no aquel
fuerte monraelense de la Orden del Temple en su primera aparición en
España, concretamente en Aragón, lo cierto es que no aparecen donaciones a esta
Orden antes de 1128, pues los documentos más antiguos serán los de octubre de
1131 con el testamento del rey Alfonso I y luego en 1141 respecto al primer
prior de Calatrava.
Presencia en
Cuenca de la Orden del Temple.
Cuando
la Orden del Temple hace su primera presencia en Cuenca, con la presión de los
ejércitos castellanos, atravesaba ya una época de desarrollo; en efecto, cuando
el gonfalón de barras rosas transversales ondeaba ante la albufera que
protegía la ciudad de Cuenca, habían transcurrido -en tierras de Cruzadas-,
desde su intervención en Antioquía, el sitio de Damasco y la toma de Ascalón,
hasta la encarnizada defensa de Gaza; y, en la Península Ibérica, desde la
colaboración con las tropas del conde Ramón Berenguer III y Alfonso I de
Aragón, pasando por el abandono del fuerte de Calatrava, hasta su extensión en
el reino de Portugal, y su colaboración con el rey de Castilla en la
Extremadura castellana. Habían transcurrido, por tanto, un importantísimo
periodo de vida del Temple.
Por
tanto, desde la ruta jacobea el Temple pareció expandirse por la mitad norte
peninsular, por el este con Alfonso I de Aragón como gran iniciador; así, la
progresión templaria fue rápida por el reino aragonés y se extendería más por
el reino de León que por el castellano, facilitado por sus características
feudales. Alfonso VIII no les tenía un alto aprecio al considerarlos más afines
a sus rivales, y eso les hizo mantenerlos al principio, distanciados de sus
propósitos de reconquista. Así, el fuerte núcleo templario originado por el rey
aragonés se establecería al sur del Maestrazgo, juntamente al lado del señorío
de Molina, desde donde debieron partir los primeros templarios que decidirían
unirse a la expedición reconquistadora de Alfonso VIII hacia la Cuenca de 1177.
Esto
sucedería ante la propuesta dada por el castellano cuando "hizo
llamamiento de sus gentes y confederados, entre los cuales vino el rey de
Aragón, a cumplir con las obligaciones que tenían de ayudar aquellos reyes a
los de Castilla en las ocasiones de guerra, y con un lúcido ejército, mayor en
valor que en número, salió de Toledo acompañado de caballeros de las Órdenes de
Santiago, Calatrava y del Temple."
¿Por qué los Templarios
recibieron peor trato en el reparto de posesiones después de la toma de la
ciudad de Cuenca?
El
rey Alfonso VIII siempre dudó de la fidelidad de los templarios. Volcados al
reino aragonés desde su entrada y formación en la Península, nunca apreciarían
las conquistas castellanas como parte de su ejercicio, sobre todo, porque el
sistema de presura, donación y vinculación en las propiedades repobladoras que
aplicaba Castilla no se ajustaban demasiado al proceso que ellos, en Aragón,
mantenían. Después de que Alfonso VIII hubiera conquistado muchas plazas
fuertes del territorio conquense y de ver que en ningún caso, ellos como
templarios habían recibido portazgo alguno -según los documentos conquenses de
años inmediatos a la conquista de Cuenca- relativos a Alarcón, Alconchel,
Cañete, Cuenca, Moya, Paracuellos, Valera, etc., y sin embargo, sí habían recibido
por parte del rey castellano, el cabildo catedralicio de la Catedral de Cuenca
recién constituido y los Concejos nuevos de las Tierras conquenses, empezaron a
sentirse heridos en su orgullo y a desvincularse de este Tierra. Estaba claro
que la política alfonsina castellana optaba con decisión por encargar las
"presuras a aquellas Órdenes Militares que, contando con efectivos
suficientes, sirvieran, sobre todo, a los objetivos de poblamiento y de
afirmación del dominio castellano", y en ese caso, la Orden del Temple no
se contemplaba.
Recordemos
que Alfonso VII le había encargado a la Orden del Temple la defensa de
Calatrava y que, éstos, no habían sido capaces de defender ese lugar y su
territorio frente al ataque almohade, al abandonar la posición en 1157. Esta
decisión influiría, sin duda, en la opinión que iba a tener respecto de ellos,
el propio monarca Alfonso VIII, posteriormente, ya que la conservación de
Calatrava podría haber supuesto el mantenimiento de un eje de contacto por el
Norte con sus fratres de Aragón y Extremadura castellana, y por el sur,
con la fortaleza de Caravaca donde tenían el centro de la Orden.
El
episodio de Calatrava debió resultar clave para la evolución del Temple y,
difícil de corregir; en el año 1212 con la trascendental batalla de las Navas
de Tolosa contra los almohades, y a pesar de su gran contribución al lado de
las tropas del rey castellano, quedaban casi apartados en el reparto de tierras
y posesiones. La Orden de Calatrava, gran beneficiaria, seguida de la Orden de
Santiago, incluso la de San Juan y Alcántara, serían los que obtendrían
suculentos beneficios desde el principio de las conquistas alfonsinas.
Recordemos que los calatravos fueron el brazo derecho del rey Alfonso VIII,
incluso antes de la gran batalla de las Navas, pues en 1191 y 1192 estuvieron
siempre al lado del rey en su enfrentamiento directo con el almohade Abu Yacub
cuando éste quería conquistar Toledo e incluso en la derrota de Alarcos donde
la propia orden perdería a su Gran Maestre. Eran sus "fratibus
Salveterre" como él bien les llamaba. Incluso, la propia Orden
santiaguista se apresuró a ocupar posiciones por el valle del Júcar y el Campo
de Montiel, zona más vinculada a la posible influencia templaria, dejando a la
Orden del Temple, prácticamente, sin poder de reacción.
Alfonso
no les dispensaba una especial predilección a pesar de haber recibido su ayuda
cuando la solicitó. Dudó siempre por entender que era una orden muy vinculada a
Aragón y a León, y mucho menos a Castilla. El elemento templario representaba
siempre un inconveniente para Alfonso VIII, deseoso de expandir la lengua
castellana hacia el sur y hacia el centro -entonces en pugna con otros
dialectos, en especial el leonés tan de uso del Temple-, cuyo avance acabaría
con borrar incluso los dialectos mozárabe y catalán.
¿En Cuenca,
un Temple invertebrado?
Sin
embargo, la ayuda prestada en la toma de la ciudad, en aquel año de 1177,
condicionó al rey Alfonso VIII a compensar su participación valiente. Sin
embargo, aquí, por las peculiaridades que presentaba esta zona, más agrícola y
ganadera, que patrimonial en fortalezas y monasterios, hizo que el Temple
tuviera que adaptar su peculiaridad en las posesiones obligándole a adoptar un
carácter más rural que urbano. Las tierras que recibiría al lado de la albufera
o albuhayra y en la zona occidental lindante al Júcar, lugares de poca
defensa natural, demuestra a la par este cambiante concepto de posesión al que
se verían obligados. En la provincia, las posesiones de Huete, Priego y Mazarulleque,
también ocuparían ese carácter más agrario que patrimonial, aunque aquí el
objetivo militar pudiera estar más relevante.
Los
vestigios de la Orden del Temple en Cuenca ciudad se basan, sobre todo, en la
tradición escrita. Los textos fundamentales que hacen referencia a esta orden
proceden de fray Francisco de Gonzaga, de Martín Rizo y del archivo de la casa
Girón. Al primero le pertenece el dato en el que habla sobre que "el rey
castellano hizo edificar en los suburbios de la ciudad una iglesia para los
templarios", incluso después, afirma él mismo que "en 1313 su iglesia
y casa contigua vinieron a pertenecer a los templarios.", pero no hay
documento que lo reconfirme. Martín Rizo informa que "el rey salió de
Toledo acompañado de caballeros templarios y se les concedería una Casa o
Convento en los burgos de la ciudad de Cuenca, que luego por los años de 1313
se les daría, tal convento y casa, a los religiosos conventuales de san
Francisco y que consta por memorias y documentos de archivos, que más tarde el
rey Sancho IV haría merced de una hacienda que tenían los templarios, en la
llamada la Grillera, a Hernán Gómez Chirino."
Esta
última afirmación tiene bastante más visos de realidad porque González Palencia
en sus investigaciones, escribe que Alonso Chirino, dará cuenta de una
escritura de venta -perteneciente al Archivo de la Casa Girón- en la que
informa que el rey Sancho IV hizo merced a la familia de los Chirinos de parte
de la hacienda de los templarios, que era término de la Grillera, documento que
reafirma el de Martín Rizo anterior.
*
Concretamente, hablando del
doctor Eugenio Torralba, preso por la Inquisición de Cuenca en el año 1528 y
juzgado en 1531, así como del médico del rey Juan II, D. Alonso Chirino y su hijo Mosén Diego de Valera, aparecen unas
posesiones pertenecientes a la familia de los Valera que antes habían sido de
los Templarios. En el testamento de Alonso Chirino, en el año 1429, ordena él
mismo que “...sepulten el de mi cuerpo en la mia sepultura, en el monasterio de
San Francisco de Cuenca.” (M.C.A. González Palencia. Cuenca, 1990, pág. 182
Juan Alonsus Cherinos, canónigo de Cuenca.). Este monasterio hasta la extinción
de la Orden en 1313 había pertenecido a los Templarios. Más tarde, el 15 de
junio de 1479, su hijo Mosén Diego de Valera, otorgó escritura de venta de la
Heredad “la Grillera”, del término de Cuenca, al regidor Alfonso de Alcalá.
Esta propiedad, situada aguas abajo del Júcar, también había pertenecido al
Temple y fue cedida por Sancho IV a Hernán Pérez Chirino. (H. De la A. En E. J.
G. Fonte. E. Nacional. Madrid 1976, pp 85 y 86. “El Tratado de la Lepra” se
encuentra en los códices siguientes: Madrid B. N. Ms. 6599 fols. 127 v-140r. Ms
de la biblioteca particular de don Antonio Rodríguez-Moñino, Fol.. CVIII y
CXXII r.)
Es muy interesante todo lo referido a
esta heredad de la Grillera, pues debía de ser importante como hacienda en
Cuenca, ya que su posesión y renta generó siempre mucho interés por las
personas ilustres y poderosas de la ciudad.
López Barrientos, obispo que fue alcalde de Cuenca en época de Álvaro de
Luna, ordenó quebrantar la compra y posesión de la heredad por Cédula de 23 de
septiembre de 1478 por enojo de Valera contra él. (Colección de documentos
conquenses. Biblioteca Diocesana conquense. Angel González Palencia. Cuenca
1930. p. 176.)
El citado Diego Valera adquirió esta propiedad por compra a doña
Guisabel López Montoya, el 26 de marzo de 1455 por 18.000 maravedíes de plata.
Siempre
se aceptó, que el campamento templario durante el asedio a la ciudad de Cuenca
en 1177, estuvo establecido bordeando la albuhayra, en esa represa de las aguas
del Huécar, lugar difícil de poder atacar la ciudad pero un poco más accesible
que la parte septentrional donde estaba el foso. Por tanto, queda claro que los
templarios ayudaron a Alfonso VIII a conquistar la ciudad; y quedará claro
también que recibirían por su ayuda una serie de propiedades que, sin duda,
serían las citadas en esos dos lugares: La Casa y convento que luego tomarían
los franciscanos en la parte baja de la ciudad (campo de San Francisco y Cruz
del Humilladero) y la Grillera como predio agrícola para la obtención de sus
necesidades y que luego pasaría a la familia de los Chirinos.
Entonces
¿qué decir de esa iglesia -restos- de la que figura como San Pantaleón y en
algún escrito de autores, antigua iglesia de San Juan de Letrán? ¿Qué tiene qué
ver con los templarios?
Aquí
está la consabida extensión del vulgo en ese deseo de confundir o de encontrar
contubernios morbosos de una Orden, la del Temple, que siempre corrió en
páginas de esoterismo y misterio. Y lo digo, porque lo único que puede mantener
cierta huella respecto a su posible origen y vinculación con el Temple, pudiera
ser ese ruinoso capitel que aún se mantiene en portada y que representa a la
figura del arcángel San Miguel, tan abundante en la simbología templaria.
La
dualidad de San Miguel y el Temple es algo común en el cartulario templario,
pues la del arcángel es una advocación frecuente en su hagiografía. Renovando
el mensaje agustiniano, el caballero templario se considera defensor elegido de
la Ciudad de Dios, en la que el arcángel es el primer guardián del conocimiento
que emana del "árbol del bien y del mal". De aquí, que el 29 de
septiembre sea una de las cuatro fechas principales de su calendario.
Acometedor y más que victorioso, invencible, el arcángel san Miguel es el
arquetipo del guerrero templario.
Pero
todo se confunde cuando hablamos de que estas ruinas fueron una iglesia llamada
de San Juan de Letrán, cuando esa advocación -símbolo de la unidad de la
iglesia- aparecerá aquí bastante ajena a los contornos históricos de la ciudad
de Cuenca y su historia. Tal vez, pudiera referirse a ese cuarto concilio
celebrado en Letrán en el 1215 por Inocencio III; por tanto, no podría haber
sido la primera iglesia levantada en Cuenca según algunos historiadores. Por
otra parte, el Temple no tiene implicaciones lateranenses en España derivadas
del objeto de dicho concilio, en cuanto a la lucha contra el milenarismo,
catarismo o apocaliptismo; más que teológico, el Temple se muestra siempre
pragmático, incluso en su exclusivo campo esotérico.
Si
a todo esto añadimos que hubo una iglesia con la advocación a San Juan dentro
de los muros de la ciudad antigua de Cuenca y que ésta estaría al lado de su
puerta con el mismo nombre, no es común, en la misma ciudad, la existencia de
dos iglesias con el mismo patrón, hecho que hace pensar que arruinada a la
primitiva de San Juan pasase el nombre a este de la calle de San Pedro, por
tanto de origen relativamente moderno -según reafirma el padre Gonzaga-.
Pues
bien, vamos poco a poco, descartando detalles o posibles implicaciones
templarias en algunas manifestaciones del vulgo más que investigación de
historiadores. Cierto debe de ser que esta orden tuviera una iglesia en el
casco urbano de la ciudad, una vez tomada a los árabes, pero no es fácil
encontrar cuál podría ser, ya que unos hablan de Casa y otros de Convento; pero
todos dicen que sería la Orden de San Francisco quien heredará esas
propiedades. Todo esto nos llevaría al Campo de San Francisco.
Sin
embargo, común sería que la primera iglesia construida por el Temple estuviera
dentro del casco urbano con la intención de seguir la utilidad defensiva; y es
probable que si no estuviera cerca de la catedral pudiera estar en la zona
donde ahora se encuentra la iglesia de San Miguel, patronazgo como sabemos
vinculado a la simbología templaria. Recordemos que el arcángel san Miguel es
una figura sincrética de los crístico, lo mahometano y lo salomónico, por ello,
compartir iglesia con barrio de judíos y moros, también puede tener el sentido
de lo posible. Difícil extraer una conclusión acertada sin la documentación
pertinente, basándonos solamente en suposiciones y comentarios de algunos
historiadores que, sin el necesario rigor científico, lanzan afirmaciones.
En
la provincia, Huete, será posiblemente el lugar donde más huella templaria
podría encontrarse, teniendo en cuenta la advocación a San Miguel y la iglesia
de San Gil, que según el cronista local Amor Calzas fue fundada en el 1206 por
caballeros templarios; igual sucede en Mazarulleque cuando Fermín Caballero
hace alusión al santuario de Altomira que primero fuera fundado por templarios
y después carmelitas descalzos en el año 1530. En la zona de la Transierra
oriental de la Alcarria, colindante con la diócesis de Sigüenza, se halla
Priego donde se levanta el convento de San Miguel de las Victorias, en una alto
cuando se inicia la gran Hoz de su río Escabas. Este convento fue fundado por
el sexto conde de Priego, Fernando Carrillo de Mendoza, cuando llegó de su
periplo en la batalla de Lepanto y en honor al triunfo de aquella batalla, así
levantara esta advocación. Pero el testimonio de fray Pedro de la Magdalena en
el año 1597 es que, " por tradición de los antiguos moradores de esta
villa de Priego, se sabe, y los presentes lo afirman, que una ermita antigua
del señor san Miguel, que está situada y metida en el interior del monte, que
llaman de la Hoz, al pie de la más alta peña de él, hubo en tiempos un convento
de religiosos militares que llamaban templarios, cuyo nombre, casa y religión
feneció en un mismo día y tiempo, como las crónicas antiguas de España lo
cuentan largamente."
En
la Sierra conquense, tenemos vestigios en localidades diferentes. En la ermita
de Altarejos, término de Campillos Sierra y donde se hace romería todos los
años concurriendo varios pueblos de toda la Sierra, se sabe que sobre un
pequeño templete, posiblemente templario, se levantó la ermita en la roca para
honrar a esta virgen que se apareciese a un pastor de Valdemoro de la Sierra.
En Cañete, está documentado que, un judío de cierto renombre llamado Jusef
Fabón anduvo entre Moya y -Cañete, donde poseía importantes heredades y propiedades.
Así el 3 de julio de 1222 vendió a Rodrigo González de Santa Gadea, Maestre del
Temple, sus casas y heredades que poseía en Cañete por 300 maravedíes
alfonsíes.
En
Moya, también podría haber cierta duda, al analizar esa cruz trinitaria que está
en la bóveda del techo de la iglesia de Santa María, que unos aducen a la
Merced y los mercedarios como congregación religiosa, que otros se reafirman
como de los padres trinitarios que allí tendrían convento -en referencia al
monasterio de Tejeda en la localidad de Garaballa- y que otros, los menos,
quieren vincular a la Orden del Temple, en base a esa ayuda que estos
caballeros prestarían en la toma de la fortaleza y villa de Moya a los árabes,
a finales del siglo XII.
En
Carrascosa del Campo y Arcas, señalados en algún caso por ciertos
historiadores, como lugares vinculados al Temple, no se han hallado documentos
ni rastros de la huella del Temple, ni siquiera en las Relaciones de Felipe II
se hace referencia, salvo la cita de los castillos del Cerro de la Muela cerca
de la laguna del Pulpón y su posible implicación al esoterismo y el misterio.
El reflejo de los Templarios en la Literatura (según Anabel Sáiz Ripoll)
Sin duda, los
secretos en torno al Temple son los que han hecho de esta Orden algo atractivo
y mágico y a la vez. Nos referimos a su peculiar arquitectura, a su simbología,
a su alfabeto secreto, a sus ritos de iniciación, a los graffiti, a su fabuloso
tesoro nunca encontrado y a sus secretos
mejor guardadas –llámense Santo Grial, el Arca de la Alianza, el Bafumet o el
Betilo-. Son tantas las hipótesis que se han lanzado que entramos en el terreno
de la leyenda y dejamos, en parte, el de
la historia.
¿Acaso
los Templarios custodiaban el Arca de la Alianza en Tierra Santa? ¿Por eso
tuvieron tanto poder?: “¡Así pues, era cierto que los templarios habían
encontrado el Arca de la Alianza! Aquellos nueve caballeros que fundaron la
Orden de Jerusalén lograron cumplir la misión encomendada por san Bernardo.
Probablemente, un grupo numeroso de freires milites la escoltó en secreto
muchos años atrás desde las caballerizas del templo de Salomón en Jerusalén
hasta aquellas galerías subterráneas del Bierzo, permaneciendo desde entonces
en aquel lugar ignoto” (“Iacobus”, de Matilde Asensi).
¿Fueron
también los Templarios los custodios del Santo Grial? Recordemos que el Santo
Grial es la Copa donde bebió Cristo durante la Última Cena y en la que que José
de Arimatea recogió su sangre. Esto le permite a Nicholas Wilcox (quien esconde
el nombre de Juan Eslava Galán) lanzar una hipótesis fantástica: en pleno S. XX
se está clonando a Cristo para instaurar otro orden en la Iglesia (en “La
sangre de Dios”).
En
cuanto a su alfabeto secreto es cierto que lo tenían, pero quizá era con fines
comerciales, para proteger sus documentos de lectores indeseados. Pasando a los
graffitti que se ven en el castillo de Chinon, donde estuvieron presos varios
miembros de la orden, son otra parte apetecible del misterio templario.
Si
hablamos del Bafumet, ese rostro que, según las acusaciones, reverenciaban, en
“El caballero templario Gunter de Amalfi”, de Franco Cuomo se habla largamente
de este objeto: “Es algo maravilloso lo que estáis a punto de aprender. Es la
materialización del sueño del amor universal en la gloria del Señor. Es la
utopía realizable de la doctrina perfecta, del hombre cumplido, de la verdad
definitiva”. Es más, hay quien afirma que en la imagen de San Saturio, el
patrón se Soria, se encuentra el bafumet. En “La hermandad de la Sábana Santa”,
de Julia Navarro, se apunta a que este rostro reverenciado no es otro que la
reproducción de la Sábana Santa, del rostro de Cristo. Es más, en”El último
Templario”, de Edward Burman se habla de esta reliquia como un objeto muy
apetecido por la Iglesia y que estaba celosamente guardado por los Templarios.
Y
lo mismo pasa con el tesoro templario. Son muchas las especulaciones que se han
hecho y la literatura echa a volar sus artes para ofrecernos respuestas muy
apetecibles. En “Beltrán, un templario en el exilio”de William Watson, nos
encontramos a un templario de Tierra Santa que custodia por mar lo que ha
quedado del tesoro templario. En “La sombra del templario”, de Núria Masot, el
tesoro responde a un secreto guardado y silenciado por la iglesia en torno a la
verdadera identidad de Cristo. Lo mismo podemos decir de “El Código Da Vinci”,
de Dan Brown, la obra de tanto éxito y la que, seguramente, ha hecho disparar
el interés por los templarios. Aquí se destruyen muchas de las creencias
adquiridas y se cuestiona el papel de la iglesia. Distinta es la explicación
del “Tesoro de los Templarios”, de Hanny Alders.
Otros
hablan físicamente de este tesoro. “El anillo”, de Jorge Molist, nos sitúa en
la Barcelona del S. XX, en la Iglesia de Santa Ana y nos sumerge en una
peripecia bien trepidante. Lo mismo sucede con “Iacobus”, de Matilde Asensi,
ambientado poco después de la muerte de Felipe IV, que relaciona el tesoro
templario con el Camino de Santiago y da una serie de claves para localizarlo
en el Bierzo.
Algunos
narradores se mueven más por caminos ideales, como “La elipse templaria”, de
Abel Caballero que habla del Temple en Galicia y de la posibilidad, antes de su
caída, de que se hubiese trasladado la capitalidad eclesiástica de Roma a
Santiago. O en “El último templario” que se narra la hipotética construcción de
una Nueva Jerusalén en Europa. O la posibilidad de que una mujer entrase en el
Temple, “La última templaria”, de Wolfang Hohlbein. Bien es cierto que no
tenían la menor relación con mujeres (salvo en algunas casos en que trabajaban
para ellos) e, incluso, les estaba prohibido besar a su propia madre; pero
¿quién nos impide imaginar otra realidad?
Los
misterios también giran alrededor de las construcciones templarias (algunas
octogonales, como la Vera Cruz de Segovia) y su capacidad por excavar
escondites y por esconder sus joyas. Eso responde a la ocultación de sus
tesoros a los no iniciados. También se apunta la relación estrecha de los
Templarios con algunos grupos árabes, como la secta de los “assasins” como leemos
en “El Caballero templario Gunter de Amalfi”.
En
estas novelas encontramos personajes históricos que realmente se relacionaron
con ellos al lado de otros imaginarios.
“Corazón Templario”, de Enrique de Diego, se sitúa en el S. XII y nos
habla de la derrota de Alarcos (1195) y cómo las órdenes militares de la
Península y la del Temple luchan por frenar el avance almohade, lo que
contrasta con la visión que hemos dado antes de Juan G. Atienza. En este libro,
por ejemplo, se nos narra, el asalto y resistencia de Uclés, en manos de la
Orden de Santiago. También, y pasando a otro tema, en algunos de los libros
consultados, se habla de los cátaros que, en algún momento, tuvieron un punto
de inflexión con los templarios. O de personajes como Saladino y Ricardo
Corazón de León (“La rosa de Jericó”, de Francisco Martos), el rey de Francia,
San Luis (presente en muchas novelas, una de las más interesantes “La boda de
Leonor”, de Mireille Calmel, en la que los Templarios quedan bastante mal
parados por su ambición), Felipe IV el hermoso, las intrigas en torno al papa
Clemente V (“La elipse templaria” es un buen ejemplo) o los procesos
inquisitoriales (“El último templario”) y las luchas de los templarios en
Tierra Santa (“El anillo”) e, incluso, la relación de los Templarios con los
otros grandes “banqueros”, los judíos (“La sombra del templario”, “Iacobus”).
“El rey de hierro”, de Maurice Druon, recoge, con maestría, los momentos de la
caída del Temple y reviste de dramatismo y solemnidad el emplazamiento del
último maestre en la pira funeraria. Es, seguro, uno de los libros, que mejor
relata ese momento trágico. También se alude a su vestuario muy llamativo (ya
hemos hablado de su capa blanca), a sus costumbres frugales, a la característica
cruz patada y al grito de guerra que empleaban, el “bausant”. En este término
encontramos, por ejemplo, que acaso todo lo relacionado con el Temple tenga una
explicación más lógica y coherente que la que a menudo nos obstinamos en
lanzar. Leemos este fragmento del libro: “El mismo Bausant, en efecto, con
aquel su nombre aparentemente hermético, no era en realidad más que la heroica
vulgarización, en un francés un poco arcaico, del grito “vau cent”, esto es,
valgo por ciento. Un grito que, por lo demás, en tres siglos de cruzada, no
había sido desmentido muchas veces por los hechos. Caballeros y cronistas de
origen italiano lo llamaban en
Valcento”. También nos interesa mucho “La sombra del templario” porque delante
de cada capítulo reproduce un fragmento de la regla de los Templarios, de las
preguntas que se formulaban a aquellos que querían ingresar en la misma.
BIBLIOGRAFÍA
-Alarcón Herrera,
Rafael: “La huella de los templarios”, Robinbook, Barcelona, 2004
-Alders, Hanny: “El
tesoro de los templarios”, Barcelona, Planeta, 2003.
-Arteaga, Almudena de:
“María de Molina”, Martínez Roca, Madrid, 2004.
-Asensi, Matilde: “Iacobus”,
Plaza y Janés, Barcelona, 2002
-Atienza, Juan G.. “Los
enclaves templarios”, Barcelona, Martínez Roca, 2002.
-Ávila Granados, Jesús:
“La mitología templaria”, Martínez Roca, Madrid, 2004.
-Brown, Dan: “El
código Da Vinci”, Umbriel, Barcelona, 2003
-Burman, Edward: “El
último templario”, Planeta, Barcelona, 2003.
-Caballero, Abel: “La
elipse templaria”, Planeta, Barcelona, 2003.
-Calmel, Mireille: “La
boda de Leonor”, Martínez Roca, Barcelona, 2002
-Cuomo, Franco: “El
caballero templario Gunter de Amalfi”, Planeta, Barcelona, 2003.
-Diego, Enrique de: “Corazón
templario”, Barcelona, Martínez Roca, 2004.
-Druon, Maurice: “Los
reyes malditos. I. El rey de hierro”, Barcelona, Círculo de Lectores, 2004.
-Eslava Galán, Juan: “Los
templarios y otros enigmas medievales”, Barcelona, Planeta, 1994.
-González Cremona, José
Manuel: “El gran libro de los Templarios”, Barcelona, Mitre, 1985.
-Hohlbein, Wolfgang: “La
Templaria”, Barcelona, Planeta, 2003
-Luz Lamarca, Rodrigo
de: “El misterio de la catedral de Cuenca”, Madrid, Cárcamo, 1980.
-Martínez Díaz,
Gonzalo, S. J. “Los Templarios en la Corona de Castilla”, Burgos, La
Olmeda, 1993.
-Martos, Francisco: “La
Rosa de Jericó. Evlex”, Roca editorial, Barcelona, 2004
-Masot, Núria: “La
sombra del templario”, Roca editorial, Barcelona, 2004
-Mestre, Jesús: “La
orden del Temple” (Los pobres caballeros de Cristo), Barcelona, Península,
1999.
-Molist, Jorge: “El
anillo. La herencia del último templario”, Martínez Roca, Madrid, 2004.
-Navarro, Julia: “La
hermandad de la Sábana Santa”, Plaza y Janés, Barcelona, 2004.
-Picknett, Lynn;
Prince, Clive: “La revelación de los Templarios”, Martínez Roca, Madrid,
2001
-Sáiz Ripoll, Anabel: “Los
Templarios: historia, literatura y leyenda”, “Medieval”, Barcelona, nº 4,
pp. 70-80.
-Seward, Desmond: “Los
monjes de la guerra” (Historia de las órdenes militares), Barcelona, Edhasa,
2004.
-Watson, William: “Beltrán
un templario en el exilio”, Barcelona, Planeta, 2003.
-Wilcox, Nicholas: “Los
falsos peregrinos” (Trilogía Templaria I), Barcelona, Planeta, 2004
-Wilcox, Nicholas: “Los
Templarios y la Mesa de Salamón”, Barcelona, Martínez Roca, 2004.
-Wilcox, Nicholas: “La
sangre de Dios” (Trilogía Templaria III), Barcelona, Planeta, 2001.
No hay comentarios:
Publicar un comentario